Me desperté y suspiré. Tan solo llevaba 6 meses en casa de mi padre desde que mi madre había decidido que me mudase allí una temporada por causa de sus negocios. Mis padres estaban separados y yo siempre viví con mi madre. La gente decía que yo era un calco suyo, aunque no viese el parecido entre su rostro y el mío.
Me asomé a la ventana e intenté llenar mis pulmones con el máximo de oxígeno que pudiese. El cielo, nuboso, amenazaba con lluvia. Me puse la blusa azul que me habían regalado por mi cumpleaños y unos pantalones pitillo vaqueros. Cogí mi cartera y bajé las escaleras con sumo cuidado, mi padre aún estaba tirado en su cama, no sé si despierto o dormido.
Entonces, hice lo de siempre. Salí de casa en dirección al instituto, y en la esquina, me paré a esperar a Ross, de pronto, ella me sorprendió por la espalda.
- ¡Ross! ¡Estás loca! ¡Me has asustado!
Entonces las dos rompimos a reír. Nos fuimos calmando y eso me hizo, una vez más, admirar su rostro. Admiré su pelo negro como el carbón, su tez pálida, lisa sin imperfecciones, y por supuesto, sus enormes ojos azules llenos de vitalidad. Ella lo tenía todo: belleza, felicidad, diversión, popularidad... Pero yo, ¿qué tenía yo?
Yo era de ese tipo de personas en las que, sí, tal vez te fijas, pero suelen pasar desapercibidas.
Vi como Ross observaba detenidamente uno de mis ondulados mechones de pelo rojizo.
- Me encanta tu pelo- dijo mientras sonreía, con su dentadura perfecta.
- No me hagas reír, es horroroso.
- No voy a insistirte en que es precioso, porque sé que no me harás caso, pero lo es.
Sonreí, aunque ni yo sabía que significaba ese gesto para mí. Supongo que era por poder disfrutar de la compañía de Ross.
No había desayunado, así que paramos en una panadería a comprar un croissant.
- Buenos días.
- Hola, ¿qué tal está James?
- ¿Mi padre?
- ¿Quién si no?
- Ah, lo siento, aún tengo las sábanas pegadas a la cara… Pues… muy bien, le diré que se pasé algún día por aquí para saludarte Margaret- sonreí.
Margaret era la madre de Ben, un chico de mi clase de Literatura con el que solía pasar gran parte de mi tiempo, era encantador.
- Perfecto. Bueno, ¿qué querías?
- Un croissant, por favor.
- Hay tienes.
- Gracias, ¿cuánto es?
- De nada, es mi trabajo. Son setenta y cinco céntimos.
- Toma, bueno, ¡adiós!
- ¡Hasta luego a las dos! Recuerda decirlo a James que se pase por aquí.
- Sí, lo haré- volví a sonreí, Margaret era una mujer muy simpática y una muy buena cocinera, cuando cualquier persona pasaba por su escaparate solía quedarse mirándolo durante un par de minutos. A la gente se le hacía la boca agua.
Cuándo
salimos Ross y yo de la panadería, le dí un mordisco a mi dulce recién comprado, eso hizo que me despajara un poco más y me fijase en mi reloj. Las ocho y cuarto. Las clases empezaban a las nueve y habíamos quedado con Ben dentro de 5 minutos para dar una vuelta hasta llegar al instituto donde estudiábamos.
- ¡Oh! Quedan cinco minutos para que sean y veinte, y a esa hora habíamos quedado con Ben.
- ¡Es verdad! ¡Lo había olvidado por completo!
- Apuremos el paso.
A los diez minutos llegamos a la plaza donde habíamos quedado con Ben. Era un lugar oscuro, y no pasaba demasiada gente. Eso le gustaba a mi querida amiga Rossalie, a Ben, le parecía una estupidez. Ben nos esperaba impaciente, pues siempre era muy puntual y nosotras... Todo lo contrario.
- Lo sentimos Ben, sentimos llegar tarde como siempre, pero ya sabes cómo es Chels...- me dio un codazo y soltó una risotada.
- ¡Ross! ¡Qué mala eres! - Solté una risa como la suya, pero en seguida me di cuenta que no era ni la mitad de hermosa y perfecta. Me quedé pensativa, hasta que Ben interrumpió mis pensamientos:
- Bueno que, ¿damos una vuelta?
Y así hicimos, alrededor de la manzana mientras comíamos gominolas que habíamos comprado en un quiosco, con Rossalie cerca no había quién se callase, siempre daba algo de que hablar, pero sin obligarte a decir nada. Algo que realmente me gustaba, pues no me caracterizaba por ser una persona demasiado habladora, prefería escuchar.
Mientras caminábamos, cada vez tenía más sospechas de que Ben sólo quedaba con nosotras para tener una escusa para ver a Rossalie. Era comprensible, y no lo tuve en cuenta, aunque tengo que admitir que el odio se difundió por mi mente en unas fracciones de segundo.
Ross parecía encantada, divirtiéndose como siempre, y Ben, enamorado de ella, como todos los chicos que la conocían.
Ella era especial, y yo a su lado me sentía pequeña. Tal vez demasiado pequeña.
Después de un tiempo en el que no paramos de hablar sobre el tiempo, sobre nuestra próxima quedada para ir al campo de Hagret, a 50 kilómetros de distancia de este lugar y sobre muchas más cosas, Ross era demasiado habladora. Era una de las cosas que más me gustaba de su carácter, pues era imposible aburrirse si estabas con ella.
Cuando estábamos a dos calles del instituto, el cielo empezó a encapotarse y gotas de agua empezaron a caer. Ben, que llevaba un chubasquero, se puso la capucha sobre su cresta rubia y siguió hablando; yo saqué de mi bandolera mi paraguas plegable verde clarito con líneas amarillas y azules. Ben y yo nos fijamos en Ross, parecía estar sumergida en una profunda felicidad. Ella, a distinción de nosotros dos, no había ni sacado, ni puesto nada para taparse de la lluvia y estaba caminando con una gran sonrisa dibujada en sus labios rojizos, estaba mojándose su abrigo negro y su pelo poco a poco empezó también a hacer lo mismo, pero parecía que no le importaba lo más mínimo, al revés le gustaba. A Rossalie le encantaba la lluvia, las tormentas y las nevadas, le parecía una cosa maravillosa.
Seguimos caminando hasta llegar a una esquina, la pasamos y allí estaba aquel edificio donde nos esperaban profesores, exámenes, deberes y aburrimiento, pero también risas, amigos, juegos y diversión. Pero todos siempre mirábamos la parte negativa del asunto.
Entramos, a primera hora teníamos Educación Física. No es que me apasionase, pero me gustaba, el único y gran fallo es que no era mi fuerte. Solía caerme o hacer que alguien se cayese por mi propia culpa, así que me dedicaba a quedarme quieta en una esquina intentando moverme lo más mínimo posible.
Estábamos todos temblando de frío, pues esta mañana el cielo se había levantado nublado, como ya mencioné antes. Sin embargo, Rossalie parecía no tener ni frío ni calor, como siempre, parecía feliz.
- Ross, ¿no tienes frío? - De pronto, se puso nerviosa, y empezó a titubear.
- Yo... ¿Yo frío? Bueno la verdad es que tengo un poco, sí... - Se apretó con sus brazos, parecía estar fingiendo.
Le lancé una sonrisa de desconcierto. A veces Rossalie, a parte de guapa y perfecta, me parecía extraña y desconcertante.
Miré al resto de compañeras, también miraban a Ross con perplejidad.
De pronto, yo me sentí extraña, sola y desconsolada.
Pensé que ni mejor amiga era como yo, que nadie me conocía en realidad. Que absolutamente todos, me ocultaban secretos. Y eso me hacía sentir inferior. Pero tenía que luchar para no sentirlo, era un sentimiento triste y amargo.
Me fije en los ojos de Rossalie, eran azules, pero cuándo estaba feliz parecía como si los tuviese más claros y con más brillo. Era algo excepcional y extraño y me hacía pensar en ella. Sí, era mi mejor amiga, pero era… no sé… ¿extraña?, o más bien, ¿especial? No estaba segura.
Su piel era extremadamente pálida, algo que le hacía mucho más bella, su voz era dulce y todos los chicos la admiraban, nunca tenía frío, aunque ella lo negase y fingiese tenerlo cuando se lo mencionaban.
Al día siguiente todo parecía igual, pero a mí me embargaba un sentimiento malo, de pánico, de dolor. Sabía que ella, Ross, me ocultaba algo, pero no tenía ni la menor idea de qué podía ser. Al final, decidí preguntárselo en el almuerzo; estábamos calladas, mientras yo comía una manzana dulce, ella sonreía a la gente que le saludaba. Lo de ella se definía en dos palabras: extremadamente popular. Otra extraña cosa en ella, es que no comía nunca, y cuándo lo hacía, parecía que era algo obligada a tener que meterse la comida en el estómago, por así decirlo. Entonces decidí afirmárselo.
- Ross, tú me ocultas algo.
De pronto, echó a reír, como si yo hubiese dicho algo gracioso. Aunque su rostro tenía un pequeño gesto de temor, como si no quisiese decirme ese secreto que me ocultaba.
-¿De qué hablas?- me contestó después de soltar esa risa.
-Ross… No te hagas la estúpida, sabes que lo odio.
-Bueno, pero es que es una idiotez.
-¿El qué?
-El que pienses eso, ¡qué te oculto algo!- dijo mientras sus cuerdas vocales emitían un sonido, como una risa tonta y absurda.
-Bueno, tampoco te pongas así, pero es que, ¿sabes una cosa?, lo parece, y por mucho que nos duela, es verdad- odiaba tener que decir algunas cosas tan bruscamente, pero la gente solía aprovecharse de mi inocencia y hacerme pensar que yo nunca tenía la razón. Aunque Rossalie no fuese de ese tipo de personas, sabía perfectamente que si lo necesitase, me utilizaría para no tener que decírmelo.
-¡Chelsea Littleton! Mira sabes que no tengo secretos hacía ti, ¡lo sabes!- su gesto cambiaba rápidamente entre la preocupación y la rabia.
-Bueno, tranquilízate- le volví a repetir, aunque no creía que fuese a hacer el menor caso.
-¿Cómo quieres que…? Bueno, mira, si no me crees, hazme una pregunta, sobre algo que quieras saber, que yo no te haya dicho- sus última palabras sonaron más como un murmullo, un susurro, salido de sus labios.
-¿Por qué el martes no viniste a clase?, hacía un día estupendo, ¡para un día que podemos disfrutar del sol!- dije lo primero que se me pasó por la cabeza, sin ni siquiera pensarlo, no sabía si era una buena pregunta, podía responder cualquier chorrada. Rossalie parecía tranquila. Feliz, sin nada que ocultar aparentemente. Pero sus acciones la declaraban culpable.
- Dejemos el tema Chels, no me gusta discutir con mi mejor amiga- dijo, mostrando sus preciosos dientes blancos y brillantes que le daban tres mil vueltas a los míos.
Entonces, me percaté en sus colmillos.
- Ross, que colmillos más grandes tienes- dije con inocencia.
- ¡Son para comerte mejor!- dijo, y empezó a hacerme cosquillas.
No me gustaba que dejase de estar seria ahora, ¿pero qué podía hacer?
Le seguí la corriente, hasta que ella empezó a notar algo raro en mí.
- Chels... a ti te pasa algo.
- ¿Ves lo que se siente?
- ¿Lo que se siente?- esas últimas palabras si que sonaron verdaderas, ella no sabía a lo que me refería.-Parece, como si fuese… ¿tu sombra?