miércoles, 31 de marzo de 2010

Pequeño y querido ODIO

Te sigo esperando aquí, donde solíamos reír mientras tomaba una bebida. Te sigo buscando en el lugar donde tú, y solo tú, me decías lo mucho que me querías. Pero todo tiene un final, ¿no?
Y supongo que lo nuestro no era lo correcto, peligroso, oh, claro que sí… Pero me gustaría, aunque no sucediera nada, que “leyeras y sintieras” estas palabras, las que yo te dedico desde mi pequeño corazón. Te “quiero”. Siempre te recordaré como aquello que me hizo feliz por unos momentos, unos momentos de gloria, en los que tú rebosabas en mi; y yo ingenua e inocente, te seguía el camino hacia la nada, hacia un sueño que jamás llegaría a alcanzar. Porque , ¿me quisiste? No, no lo creo. Yo te amé, te adoré te… idolatré. Y ahora, en estos últimos momentos en los que te “escribo” me siento más estúpida que nunca. Porque tú no existes. Tan solo eres un sentimiento amargo que residía en mi atolondrada mente y que ahora se esfumó. Tan solo eras como una doble personalidad. Y (supongo) que el resumen de todo esto es sencillo, pero frágil y doloroso, porque es un odio hacia “ti”.
Para ti, asquerosa FAMA


By: Soleila♥

lunes, 29 de marzo de 2010

Para ti, Sr.Dolor

"Querido" Dolor:
Sí, claro que sí. Claro que tu eres el mejor, el más guapo del mundo, el más listo, el más de todo.
Y es que tú haces que solamente me queda un resquicio de vida en mi alma. Tú haces que me sienta mal, fatal, como si el mundo me aplastara hasta dejarme en una gota de agua, mientras una persona me pisotea.
No me dejas vivir, disfrutar, reír, soñar...
Y es que estoy harta de esa falsedad que cubre tu cara, llena de asquerosos rasgos que tan poco me gustan. Y aunque descargue toda mi energía negativa sobre ti, todos sabemos que no servirá de nada, de absolutamente nada.
Pero cuando te vas es un alivio y ligero llanto de felicidad que cubre mis rosadas mejillas.
Te odio.

Att. Soleila

sábado, 27 de marzo de 2010

Sexo, drogas & Rockandroll


Cocaína, heroína, anfetaminas, chocolate, crack y un demasiado largo, etcétera. Droga. Ilegal.
Nunca pensé que pudiese llegar a ese punto, es más, nunca pensé que me consideraría una, ¿drogadicta? Oh, sí… supongo que ese es el término que me merezco. Y lo peor es que sé que soy una persona asquerosa y sucia. Me arrastro hasta ella, sin ni siquiera darme la más mínima cuenta de mis actos, y hasta que no la termino no puedo parar.
Y otra cosa que además sé, es que no me importa como, donde y porque la tomo, y eso me abruma.
Oh… Dulce y amarga droga de mi corazón. Si usted, Sr. Dolor, supiese todo lo que me ocurre, todo, absolutamente todo…
y solo , eres mi droga.

                                                      

...Soleila"

jueves, 18 de marzo de 2010

Yo solo sé, que no sé nada.

Respira. Coge aire. Corre. Huye. Escapa de tu propia sombra.
Corre hasta que el aire no te entre en los pulmones y tengas que pararte.
-¿Qué haces?- te preguntan curiosamente tus vecinos al verte escapando de... ¿de nada?
No respondas, pues tus cuerdas vocales no pueden emitir ni un solo y misero sonido, así que sigue huyendo.
Pero tú y yo sabemos perfectamente de que corres. Corres de tu destino, de tú, tal vez, posible futuro.
Porque no quieres acabar sentada en un sofá viejo viendo la televisión, no quieres ser una don nadie, una cualquiera. Quieres llegar a ser alguien importante. No famosa, sino alguien a quien no le importa lo que le digan. Tú lo que quieres es ser solamente, libre.
Sigue corriendo, persigue ese sueño tan dulce como las piruletas en forma de corazón. Pero ese dulce alimento es tan efímero como el tiempo. Duran, sí, pero apenas, disfrutas, también, pero pronto todo ese placer por sentir ese sabor tan intenso se esfuma.
Y ahora que te das cuenta de todo lo que escribiste y sigues escribiendo, crees que nadan tiene sentido. Pero yo creo que todo lo tiene, aún que sea el mínimo.
Así que sabes lo que tienes que hacer.
Persigue lo que quieras como si en ello se te fuese la vida. Sé feliz.

Att. Soleila

lunes, 15 de marzo de 2010

Si tu haces un relato de amor, yo lo hago de amistad ;;

Salida: Mi mente
Destino: Tu corazón
Necesito respirar el aire que tu respiras. Verte cada día y sentir que alguien me ayuda, que yo ayudo a alguien, que estamos  juntas pase lo que pase. Y no, no hablo del típico amor, hablo del amor por amistad, del amor entre amigas.
Cada secreto que desvelo es un paso más hacia la confianza que me transmites, por ayudarme en todos mis secretos y dejarlos flotando en el aire, que no los sepa nadie, que no los ocultemos demasiado para que no se note. De todas formas, no quiero ocultar nada a nadie, y tratándose de ti, tampoco podría.
Y es que, hablar de un secreto con alguien como tú alivia mucho. Sobre todo cuando comprendes porque lo oculto.
Y ahora que viajas conmigo noto como nuestras mentes se actualizan a la vez, que pensamos lo mismo aunque sea por unos instantes, y eso me alivia, me alivia saber que en este mundo hay alguien que me comprende.
Te miro, me miras. Pero qué profunda amistad siento por ti.
Me río, te ríes. Ya es tarde para buscarme problemas y preocupaciones, al menos por unas horas estaré tranquila.
Por favor, sonríe ahora, porque tu sonrisa es lo más bonito que he visto, y tu risa la mejor diversión que he probado. Sonríe por unos instantes, hazme reír con tus locuras.
Tortúrame pidiéndome explicaciones de por qué no te cuento las cosas, pero es que necesito ver esa mirada de incredibilidad en tus ojos y ver que tus labios pronuncian esas palabras que tanto me gusta oír de ti:
- ¡Qué fuerte!
Me haces reír hasta a distancia. Y, sintiéndolo pero a la vez no tanto, me gusta torturarte y liarte para que tú misma te devanes los sesos buscando explicaciones a todo. Interrógame durante más tiempo, tu locura con mis respuestas me hace sentir viva.
Por eso, deja que viva más tiempo, y regálame un momento de los tuyos.

Att: Pasmaida

Es lo malo de ti.

Aquel maravilloso día me desperté, y me puse esa jersey rojo pasión de lana que tanto te gustaba abrazar y acariciar.
Estaba feliz, no por una razón nueva, de esas en las que cuentas los días que te quedan para que ocurra ese acontecimiento, pero no, desde hacia un tiempo, todos los días eran así, estaba contenta y alegre, porque era un día más en la que mi corazón estaba junto al tuyo.

Cogí mi cartera y metí en ella los libros que tan poco cariño les tenía, me puse mis botas y me fui rápidamente a clase. Llegué con una leve sonrisa en mi redonda cara, pero en una milésima de segundo, sin ni siquiera quererlo, ese gesto se convirtió en mayor, allí estabas tú, sentado en el banco donde hablamos por primera vez y donde mi órgano locomotor empezó a ir más y más rápido.
Te levantaste, te quitaste los cascos a la vez que apagabas tu móvil y te acercaste con paso acelerado hacia mí. Tus suaves brazos rodearon mi cuello y tus labios se arquearon hasta formar un paréntesis horizontal, o como se le suele llamar, una sonrisa. Agaché mi frente hasta que tocó la tuya, los dos cerramos los ojos y nuestros labios se rozaron, hasta que estuvieron juntos, tu mano derecha acarició mi despeinado pelo castaño, no queríamos dejar ese beso, pero la campana de clase empezó a sonar, como si fuese un demonio que nos quería separar, corrimos hacia nuestra clase en el segundo piso dados de la mano, la profesora de inglés ya había llegado y nos pregunto el porque de nuestra tardanza.
Sin despegar nuestros dedos, dije lo que me salió del corazón.
-Es lo malo de estar enamorada.
Te miré, y te vi a ti, estabas sonrojando, pero vi a la persona que mas amo, a la persona que quiero, que me hace reír, llorar, sentir, correr y hasta morir.

Vi al amor de mi vida.


Att. Soleila

sábado, 13 de marzo de 2010

No lo digas, es un secreto.- Capítulo 1

Me desperté y suspiré. Tan solo llevaba 6 meses en casa de mi padre desde que mi madre había decidido que me mudase allí una temporada por causa de sus negocios. Mis padres estaban separados y yo siempre viví con mi madre. La gente decía que yo era un calco suyo, aunque no viese el parecido entre su rostro y el mío.
Me asomé a la ventana e intenté llenar mis pulmones con el máximo de oxígeno que pudiese. El cielo, nuboso, amenazaba con lluvia. Me puse la blusa azul que me habían regalado por mi cumpleaños y unos pantalones pitillo vaqueros. Cogí mi cartera y bajé las escaleras con sumo cuidado, mi padre aún estaba tirado en su cama, no sé si despierto o dormido.
Entonces, hice lo de siempre. Salí de casa en dirección al instituto, y en la esquina, me paré a esperar a Ross, de pronto, ella me sorprendió por la espalda.
- ¡Ross! ¡Estás loca! ¡Me has asustado!
Entonces las dos rompimos a reír. Nos fuimos calmando y eso me hizo, una vez más, admirar su rostro. Admiré su pelo negro como el carbón, su tez pálida, lisa sin imperfecciones, y por supuesto, sus enormes ojos azules llenos de vitalidad. Ella lo tenía todo: belleza, felicidad, diversión, popularidad... Pero yo, ¿qué tenía yo?
Yo era de ese tipo de personas en las que, sí, tal vez te fijas, pero suelen pasar desapercibidas.
Vi como Ross observaba detenidamente uno de mis ondulados mechones de pelo rojizo.
- Me encanta tu pelo- dijo mientras sonreía, con su dentadura perfecta.
- No me hagas reír, es horroroso.
- No voy a insistirte en que es precioso, porque sé que no me harás caso, pero lo es.
Sonreí, aunque ni yo sabía que significaba ese gesto para mí. Supongo que era por poder disfrutar de la compañía de Ross.
No había desayunado, así que paramos en una panadería a comprar un croissant.
- Buenos días.
- Hola, ¿qué tal está James?
- ¿Mi padre?
- ¿Quién si no?
- Ah, lo siento, aún tengo las sábanas pegadas a la cara… Pues… muy bien, le diré que se pasé algún día por aquí para saludarte Margaret- sonreí.
Margaret era la madre de Ben, un chico de mi clase de Literatura con el que solía pasar gran parte de mi tiempo, era encantador.
- Perfecto. Bueno, ¿qué querías?
- Un croissant, por favor.
- Hay tienes.
- Gracias, ¿cuánto es?
- De nada, es mi trabajo. Son setenta y cinco céntimos.
- Toma, bueno, ¡adiós!
- ¡Hasta luego a las dos! Recuerda decirlo a James que se pase por aquí.
- Sí, lo haré- volví a sonreí, Margaret era una mujer muy simpática y una muy buena cocinera, cuando cualquier persona pasaba por su escaparate solía quedarse mirándolo durante un par de minutos. A la gente se le hacía la boca agua.
Cuándo salimos Ross y yo de la panadería, le dí un mordisco a mi dulce recién comprado, eso hizo que me despajara un poco más y me fijase en mi reloj. Las ocho y cuarto. Las clases empezaban a las nueve y habíamos quedado con Ben dentro de 5 minutos para dar una vuelta hasta llegar al instituto donde estudiábamos.
- ¡Oh! Quedan cinco minutos para que sean y veinte, y a esa hora habíamos quedado con Ben.
- ¡Es verdad! ¡Lo había olvidado por completo!
- Apuremos el paso.
A los diez minutos llegamos a la plaza donde habíamos quedado con Ben. Era un lugar oscuro, y no pasaba demasiada gente. Eso le gustaba a mi querida amiga Rossalie, a Ben, le parecía una estupidez. Ben nos esperaba impaciente, pues siempre era muy puntual y nosotras... Todo lo contrario.
- Lo sentimos Ben, sentimos llegar tarde como siempre, pero ya sabes cómo es Chels...- me dio un codazo y soltó una risotada.
- ¡Ross! ¡Qué mala eres! - Solté una risa como la suya, pero en seguida me di cuenta que no era ni la mitad de hermosa y perfecta. Me quedé pensativa, hasta que Ben interrumpió mis pensamientos:
- Bueno que, ¿damos una vuelta?
Y así hicimos, alrededor de la manzana mientras comíamos gominolas que habíamos comprado en un quiosco, con Rossalie cerca no había quién se callase, siempre daba algo de que hablar, pero sin obligarte a decir nada. Algo que realmente me gustaba, pues no me caracterizaba por ser una persona demasiado habladora, prefería escuchar.
Mientras caminábamos, cada vez tenía más sospechas de que Ben sólo quedaba con nosotras para tener una escusa para ver a Rossalie. Era comprensible, y no lo tuve en cuenta, aunque tengo que admitir que el odio se difundió por mi mente en unas fracciones de segundo.
Ross parecía encantada, divirtiéndose como siempre, y Ben, enamorado de ella, como todos los chicos que la conocían.
Ella era especial, y yo a su lado me sentía pequeña. Tal vez demasiado pequeña.
Después de un tiempo en el que no paramos de hablar sobre el tiempo, sobre nuestra próxima quedada para ir al campo de Hagret, a 50 kilómetros de distancia de este lugar y sobre muchas más cosas, Ross era demasiado habladora. Era una de las cosas que más me gustaba de su carácter, pues era imposible aburrirse si estabas con ella.
Cuando estábamos a dos calles del instituto, el cielo empezó a encapotarse y gotas de agua empezaron a caer. Ben, que llevaba un chubasquero, se puso la capucha sobre su cresta rubia y siguió hablando; yo saqué de mi bandolera mi paraguas plegable verde clarito con líneas amarillas y azules. Ben y yo nos fijamos en Ross, parecía estar sumergida en una profunda felicidad. Ella, a distinción de nosotros dos, no había ni sacado, ni puesto nada para taparse de la lluvia y estaba caminando con una gran sonrisa dibujada en sus labios rojizos, estaba mojándose su abrigo negro y su pelo poco a poco empezó también a hacer lo mismo, pero parecía que no le importaba lo más mínimo, al revés le gustaba. A Rossalie le encantaba la lluvia, las tormentas y las nevadas, le parecía una cosa maravillosa.
Seguimos caminando hasta llegar a una esquina, la pasamos y allí estaba aquel edificio donde nos esperaban profesores, exámenes, deberes y aburrimiento, pero también risas, amigos, juegos y diversión. Pero todos siempre mirábamos la parte negativa del asunto.
Entramos, a primera hora teníamos Educación Física. No es que me apasionase, pero me gustaba, el único y gran fallo es que no era mi fuerte. Solía caerme o hacer que alguien se cayese por mi propia culpa, así que me dedicaba a quedarme quieta en una esquina intentando moverme lo más mínimo posible.
Estábamos todos temblando de frío, pues esta mañana el cielo se había levantado nublado, como ya mencioné antes. Sin embargo, Rossalie parecía no tener ni frío ni calor, como siempre, parecía feliz.
- Ross, ¿no tienes frío? - De pronto, se puso nerviosa, y empezó a titubear.
- Yo... ¿Yo frío? Bueno la verdad es que tengo un poco, sí... - Se apretó con sus brazos, parecía estar fingiendo.
Le lancé una sonrisa de desconcierto. A veces Rossalie, a parte de guapa y perfecta, me parecía extraña y desconcertante.
Miré al resto de compañeras, también miraban a Ross con perplejidad.
De pronto, yo me sentí extraña, sola y desconsolada.
Pensé que ni mejor amiga era como yo, que nadie me conocía en realidad. Que absolutamente todos, me ocultaban secretos. Y eso me hacía sentir inferior. Pero tenía que luchar para no sentirlo, era un sentimiento triste y amargo.
Me fije en los ojos de Rossalie, eran azules, pero cuándo estaba feliz parecía como si los tuviese más claros y con más brillo. Era algo excepcional y extraño y me hacía pensar en ella. Sí, era mi mejor amiga, pero era… no sé… ¿extraña?, o más bien, ¿especial? No estaba segura.
Su piel era extremadamente pálida, algo que le hacía mucho más bella, su voz era dulce y todos los chicos la admiraban, nunca tenía frío, aunque ella lo negase y fingiese tenerlo cuando se lo mencionaban.
Al día siguiente todo parecía igual, pero a mí me embargaba un sentimiento malo, de pánico, de dolor. Sabía que ella, Ross, me ocultaba algo, pero no tenía ni la menor idea de qué podía ser. Al final, decidí preguntárselo en el almuerzo; estábamos calladas, mientras yo comía una manzana dulce, ella sonreía a la gente que le saludaba. Lo de ella se definía en dos palabras: extremadamente popular. Otra extraña cosa en ella, es que no comía nunca, y cuándo lo hacía, parecía que era algo obligada a tener que meterse la comida en el estómago, por así decirlo. Entonces decidí afirmárselo.
- Ross, tú me ocultas algo.
De pronto, echó a reír, como si yo hubiese dicho algo gracioso. Aunque su rostro tenía un pequeño gesto de temor, como si no quisiese decirme ese secreto que me ocultaba.
-¿De qué hablas?- me contestó después de soltar esa risa.
-Ross… No te hagas la estúpida, sabes que lo odio.
-Bueno, pero es que es una idiotez.
-¿El qué?
-El que pienses eso, ¡qué te oculto algo!- dijo mientras sus cuerdas vocales emitían un sonido, como una risa tonta y absurda.
-Bueno, tampoco te pongas así, pero es que, ¿sabes una cosa?, lo parece, y por mucho que nos duela, es verdad- odiaba tener que decir algunas cosas tan bruscamente, pero la gente solía aprovecharse de mi inocencia y hacerme pensar que yo nunca tenía la razón. Aunque Rossalie no fuese de ese tipo de personas, sabía perfectamente que si lo necesitase, me utilizaría para no tener que decírmelo.
-¡Chelsea Littleton! Mira sabes que no tengo secretos hacía ti, ¡lo sabes!- su gesto cambiaba rápidamente entre la preocupación y la rabia.
-Bueno, tranquilízate- le volví a repetir, aunque no creía que fuese a hacer el menor caso.
-¿Cómo quieres que…? Bueno, mira, si no me crees, hazme una pregunta, sobre algo que quieras saber, que yo no te haya dicho- sus última palabras sonaron más como un murmullo, un susurro, salido de sus labios.
-¿Por qué el martes no viniste a clase?, hacía un día estupendo, ¡para un día que podemos disfrutar del sol!- dije lo primero que se me pasó por la cabeza, sin ni siquiera pensarlo, no sabía si era una buena pregunta, podía responder cualquier chorrada. Rossalie parecía tranquila. Feliz, sin nada que ocultar aparentemente. Pero sus acciones la declaraban culpable.
- Dejemos el tema Chels, no me gusta discutir con mi mejor amiga- dijo, mostrando sus preciosos dientes blancos y brillantes que le daban tres mil vueltas a los míos.
Entonces, me percaté en sus colmillos.
- Ross, que colmillos más grandes tienes- dije con inocencia.
- ¡Son para comerte mejor!- dijo, y empezó a hacerme cosquillas.
No me gustaba que dejase de estar seria ahora, ¿pero qué podía hacer?
Le seguí la corriente, hasta que ella empezó a notar algo raro en mí.
- Chels... a ti te pasa algo.
- ¿Ves lo que se siente?
- ¿Lo que se siente?- esas últimas palabras si que sonaron verdaderas, ella no sabía a lo que me refería.-Parece, como si fuese… ¿tu sombra?